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Estableciendo prioridades en los procesos de desarrollo organizacional
Aunque muchos directivos, propietarios y gerentes son conscientes de las necesidades de mejora que tiene su organización, en la mayoría de los casos se suelen justificar a sí mismos el no hacer nada con la típica lista:
- No es un buen momento.
- No es tan importante.
- Tampoco estamos tan mal.
- Tenemos que centrarnos en las ventas.
Lo cierto es que hace falta un detonante que active el proceso de reflexión necesario para retirar todas las capas de excusas y empezar a analizar el problema real.
Después, con una perspectiva global, es el momento de definir las prioridades y trazar un plan de acción ambicioso, que permita el desarrollo que la organización necesita.
Ese detonante puede provenir de diferentes fuentes, pero siempre producirá el efecto de eliminar la capa de confort en la que nos envolvemos cuando no queremos hacer nada. Es posible que la fuente del detonante sea:
- Un problema interno. Que nos hace conscientes de repente de la necesidad de analizar y desarrollar nuestras capacidades como equipo.
- Una situación crítica con un cliente. Que nos hace cuestionarnos nuestros procesos.
- La pérdida de cuota de mercado. Como una señal inequívoca de que estamos perdiendo competitividad.
- La asistencia del líder a una conferencia, jornada o curso, donde se hacen patentes estas necesidades.
Sea cual sea el detonante, lo relevante es que actúa a modo de señal de que ha llegado el momento de dejarse de excusas y de ponerse manos a la obra. A partir de ese momento da comienzo el proceso de reflexión y de análisis, para desarrollar un plan de acción adecuado.
En esta fase es conveniente contar con la ayuda de un profesional externo que nos proporcione una visión objetiva de nuestra situación. Es necesario realizar un diagnóstico para determinar las distintas áreas de actuación que, en la mayoría de los de las ocasiones, suelen ser:
- Análisis y mejora de procesos.
- Análisis de puestos, funciones y tareas.
- Plan de capacitación del personal.
- Desarrollo del equipo directivo.
- Revisión de la estrategia competitiva.
Todas estas actuaciones tienen por encima una que es la más relevante de todas: revisión y puesta el día de la Cultura de Empresa.
“La cultura se come a la estrategia para desayunar.”
Peter Drucker
De nada sirve abordar cambios organizativos si no están alineados con la cultura de empresa, es decir, con nuestros principios y valores, y con el propósito fundamental de la organización.
Los valores no solo se ponen en la web corporativa, sino que se demuestran día a día con nuestras acciones. La cultura de empresa es nuestra identidad. Si no la ponemos al día, será la responsable de boicotear nuestras buenas intenciones en un proceso de desarrollo organizacional.
Hay que tener en cuenta que un cambio de esta envergadura suele ser un proceso que se lleva a cabo a lo largo de 3-5 años para una empresa de tamaño medio.
Una de las claves para su éxito, que he aprendido a largo de los años y de varios procesos de este tipo, es que hay que adaptar el ritmo de cambio a la capacidad de la organización. Aunque desde fuera se pueda tener la tentación de definir la velocidad de implantación y la duración del proyecto, hay que tener en cuenta una serie de parámetros intrínsecos a la organización, y que tienen que ver principalmente con la cultura de la empresa, está declarada formalmente o no.
Cualquier proceso de cambio atraviesa cuatro fases y tenemos que ser capaces de apoyar cada una de ellas si queremos reducir el tiempo necesario para alcanzar el final con éxito. Para no alargarme demasiado en esta reflexión, abordaré la curva de cambio en detalle en otro artículo.
El comentario final lo quiero dedicar a dejar constancia de que este proceso tiene que llevarnos a un punto que permita implantar en la cultura de empresa el concepto de mejora continua. Antes, los procesos de cambio permitían a las empresas conseguir una ventaja competitiva que le servía para mantener su posición en el mercado entre 5 y 10 años al menos.
La situación actual no lo permite y la única forma de mantener viva la ventaja competitiva es situar la organización en un proceso de mejora continua, donde no solo hay que innovar en productos o servicios, sino también en procesos, experiencia del cliente y clima laboral, por nombrar algunos.
Lo que parece evidente es que estamos ante una situación que nos lleva a renovarnos o a extinguirnos. Solo es una cuestión de tiempo y de actitud.
* La imagen es de Phil Desforges en Unsplash