Autoengaño

Nos gusta creer que somos seres racionales; pero no es del todo cierto.

La mayoría de las decisiones que tomamos a diario son puramente emocionales. A continuación, solemos poner en marcha una maquinaria muy sofisticada para justificar esa decisión y racionalizarla.

De esta forma tratamos de perpetuar el mito de que somos racionales.

Soy de la opinión de que invertimos mucho tiempo en contarnos historias. Necesitamos contárnoslas primero a nosotros mismos hasta que nos las creemos. De esta forma parecemos más creíbles cuando se las contamos a los demás.

El autoengaño es un mecanismo de supervivencia. Nos permite seguir haciendo cosas que no nos convienen o empezar a hacer cosas que no deberíamos, sin remordimientos.

Por ejemplo, si ocupo un puesto de trabajo en una organización y la persona que tengo por encima en la jerarquía ningunea constantemente mi trabajo, no me valora, me envía mensajes fuera del horario de trabajo y pretende que yo esté disponible las 24h, yo podría plantearme dejarlo y buscar otro tipo de trabajo (o de jefe). 

O podría contarme una historia adecuada a mis circunstancias para justificar el seguir aguantando. En todas estas reflexiones dejo fuera las situaciones de necesidad económica. Si uno necesita una fuente de ingresos, hace lo que haga falta durante un tiempo hasta conseguir un empleo digno o emprender por su cuenta.

Otra de las situaciones habituales donde utilizamos el autoengaño suelen ser las reuniones de trabajo. Una de las claves para que las reuniones sean efectivas es “La Presencia”. Estar presente es fundamental para escuchar a los demás, participar activamente y abordar los temas de la reunión de una forma que permita alcanzar los objetivos de la misma en el tiempo previsto.

Lo que suele ocurrir es que mientras transcurre la reunión hay personas haciendo otras cosas en su ordenador o móvil (leyendo y contestando mensajes, navegando por internet, usando las RRSS).

Aquí la historia que nos contamos varia entre “total, si la reunión no me aporta nada” hasta el “es que tengo mucho trabajo”, pasando por el “luego me leo el resumen”.

El autoengaño basado en el “poder del grupo” es otra variante que se apoya en nuestra mentalidad de rebaño. Nos gusta pertenecer a los grupos. Y ese sentido de pertenencia nos lleva a modificar nuestra conducta y nuestro pensamiento para encajar.

Tal y como cuenta Ramón Nogueras en su libro “Por qué creemos en mierdas”, Leon Festinger desarrolló una teoría en los años 50 que explicaba como las personas que se veían obligadas a expresar una opinión diferente de la que realmente tenían eran más propensas a modificar su creencia privada para que fuera coherente con su conducta pública. 

Esto se basa en dos conceptos:

  1. Influencia normativa: opinamos algo diferente a lo que pensamos para encajar en el grupo.
  2. Influencia informativa: pensamos que el grupo está mejor informado que nosotros.

Cuando pensamos de forma diferente al grupo, la tentación es decirnos “tanta gente no puede estar equivocada”. Y así hacemos crecer el grupo de los que están equivocados.

Porque la cuestión es que porque mucha gente opine una cosa, esta no se convierte en verdad. Pero claro, es muy duro ir contra la mayoría.

Lo interesante como parte de nuestro desarrollo personal es ir identificando todas las situaciones posibles de autoengaño, catalogando de alguna forma las historias que nos contamos para justificar estar donde estamos. Después, llega el momento de decidir qué historias queremos dejar de contarnos y actuar para cambiar la situación que hay detrás.

Normalmente desde fuera la situación se suele ver bastante mas clara. De esta forma, cuando una persona me está contando “su historia”, la que se ha montado en su cabeza para justificar su autoengaño, me sorprendo y me cuesta darle continuidad. En esos casos valoro si a esa persona le serviría mi “feedback” o por el contrato provocaría un rechazo total. 

En los procesos de coaching una de las claves para conseguir aportar valor y acompañar en el proceso de cambio es no comprarle nunca la historia al “coachee”. Si entramos a creer lo que se cuenta, no podremos ayudarle a ver que se trata de una historia.

Y tú, ¿tienes identificadas las historias que te cuentas?

Francisco Páez

Consejero, Interim Manager y Experto en Desarrollo Personal para Directivos y Profesionales

Post Tags: